sábado, 10 de enero de 2009

La genialidad eterna de frac y peluquín

Tato Bores 27/04/1927 - 11-01-1996


El estudio retumba de aplausos y alabanzas. Todos están listos para entregar una noche más. Esta vez, la ocasión es especial. Pasaron treinta años desde que se comenzó a trabajar junto a ese hombre, y sus clásicas palabras serán escuchadas como nunca. De pronto, él entra con su frac y su característico peluquín. Saluda a los presentes, les hace una pequeña reverencia. Luego, con su habano prendido en la mano derecha, guarda el pañuelo en la solapa, se acomoda los anteojos y, recordando, dice: «Señores: cuando allá por 1960 puse la jeta por primera vez delante de los orticones, no existía la televisión color, no existía Maradona, no existía el Austral. Es decir, el austral tampoco existe ahora, pero eso es otra historia».Su nombre era Mauricio Borensztein, más conocido por Tato Bores, y de no ser porque la “Parca” lo llevó a su lado el 11 de enero de 1996, seguiría con su cita semanal en la pantalla chica.
Hoy, a trece años de su partida, su humor sigue siempre vigente. Como si se tratara de un “Cambalache” televisivo, supo describir como pocos y con la ayuda de un notable equipo de guionistas, a la Argentina en sus contradicciones, su cultura y, sobre todo, sus habitantes. Lo notable es que esos diálogos, más allá de las referencias históricas, nunca perdieron vigencia.
Y es un hecho que, ante las pocas propuestas de humor en la televisión argentina, que la presencia del actor cómico de la Nación es requerida más que nunca por varias generaciones.

Comienzos

Tato empezó a caminar por este mundo el 27 de abril de 1927. Casi como si hubiera sido predestinado, desde pequeño ya hacía reír a sus parientes en las reuniones familiares con su gracia y espontaneidad. Pero, fue después de la caída de Perón, cuando dio sus primeros pasos en el humor político. Tras abandonar sus deseos de ser trompetista, incursionó primero en la radio, luego en el cine, para terminar en el teatro de variedades de Carlos Perciavalle.Un día, Alfredo Barbieri, otro artista de la misma generación, lo invita a cruzar el Río de la Plata hasta la ciudad de Montevideo, para participar de su show televisivo. Allí, Tato desplegó todo un texto bien armado y preciso, estableciendo, en ese lugar, el debut con los parlamentos que le dieran fama y eternidad.Bores cobró un despliegue propio, recién en 1957, cuando por la pantalla de Canal 7, se transmitió, dentro de «Caras y morisquetas», «Tato y sus monólogos». Con guión del humorista gráfico Landrú, el programa se mantuvo al aire por tres años, dejando a los domingos como si fuera de su propiedad. Claro esto que nombrar a algunas figuras políticas estaba prohibido. Y por ello, tuvo que apelar a su ingenio para hablar de Juan Domingo «Cuco» o referirse a Isaac Rojas y Pedro Eugenio Aramburu, con la frase «El que sabe, sabe y el que no, es jefe».
En 1958, cuando el gobierno de Frondizi enfrentaba una crisis ministerial, se presentó por primera vez vestido de frac, con habano, lentes y peluca, para estar preparado “por si le ofrecían algún ministerio”, y ya no abandonó ese atuendo. Tato Bores renovó el lenguaje televisivo, incorporando monólogos políticos recitados a una velocidad increíble. Su primer libretista fue Landrú, al que sucedieron Carlos Warnes (César Bruto), Aldo Cammarotta, Juan Carlos Mesa, entre otros.

Apoyos

Durante los más de cuarenta años de trayectoria, Tato Bores se ganó muchos amigos, mientras la lista de enemigos se iba alargando con el tiempo. Un episodio muy recordado tuvo a Rafael Videla como protagonista. En su habitual sección con diálogos imaginarios con los presidentes de turno, era muy duro con el gobierno de facto. La censura, por cuestiones más que obvias, no se hizo esperar. Y ese segmento no salió al aire.
Sesos mediante, en el programa siguiente a la orden impartida, una llamada irrumpió en el estudio. Y nadie la atendió. Ni mucho menos Tato, que se retiró con una sonrisa picarona al ritmo disco de “A Fifth of Beethoven”.





Ni Cronos pudo hacer olvidar su anécdota en la Plaza de Mayo cuando el pueblo, el mismo que días antes había repudiado a los militares, ahora los vitoreaba por su decisión de recuperar las Islas Malvinas. Ni siquiera esa sorpresa que le dio Mirta Legrand, quien le sirvió, vestida de mucama, los tallarines. De antología fue ese gusto que se dio cuando brindó con su admirado Astor Piazzolla y cuando lo hizo con su querida Berta.



Los ‘90 lo encontraron como un referente de todos los argentinos, a la hora de expresar sus críticas y broncas hacia la sociedad y los diferentes actores sociales, desde funcionarios del Gobierno hasta los sindicalistas.




El apoyo de la comunidad y, sobre todo de la artística, hizo acto de presencia cuando la jueza María Servini de Cubría se sintió agraviada cuando, en el «documental» de una Argentina desaparecida en el futuro, se mostraba un escudo con su imagen, mientras el locutor decía: «¿Mito, leyenda o realidad?».
Por orden judicial, quiso levantar el programa, pero, tal vez por su «mal desempeño» en el Yomagate, nadie hizo lugar a su pedido. La respuesta de Tato no se hizo esperar, y con la colaboración de todos los que lo apoyaron mientras Servini de Cubría exigía el levantamiento del programa, cantó y repitió, con ritmo y fuerza, una frase que quedó registrada en la historia: «La jueza Barú Budu Budía es lo más grande que hay».


Y con la misma valentía con la que se tomaba los intentos de censura y se nutría de los "pifiadas" de los políticos, él mismo se reía de sus propias equivocaciones.



La despedida

Tato Bores significó mucho para la pantalla chica de Argentina, a tal punto que se adueñó por completo de las noches de los domingos. Siempre destilando su punzante astucia despojada de cualquier tipo de soberbia, supo ganarse su lugar entre los televidentes. El hombre que en cada programa fingía hablar con el presidente de turno, fuera quien fuese, acompañado de grandes libretistas siempre logró utilizar al máximo todo su potencial humorístico para transformar -en reiteradas oportunidades- la realidad muchas veces trágica. Autor de la Historia no escrita de la Argentina, queda flotando la pregunta a la que nadie puede dar respuesta; qué habría dicho Tato este domingo, qué sabroso diálogo telefónico habría tenido con la Presidente, quién habría sido el invitado para el mudo brindis o para la tallarinada. Un día, así como si nada, Tato se fue en 1996. Un día de verano partió, dejando un gran vacío en los corazones de los que lo siguieron desde sus comienzos, los que lo descubrieron en su última etapa, y los que hoy, gritan con más fuerza: «Tantas cosas que pasan y vos no estás». Pero, su última humorada dejo algo más. Les dio a todo sus incondicionales, a todos los argentinos, la posibilidad de decirle, por primera vez, su mítica frase de despedida: “Vermouth con papa fritas y Good Show”.

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