miércoles, 10 de mayo de 2017

#Noal2X1 El ángel de la bolsa

#Noal2X1 El ángel de la bolsa

Desde que comenzó esta vergonzosa polémica por el fallo de la Corte Suprema, donde se equipara los crímenes de lesa humanidad con crímenes cuál promoción de supermercado, hay una historia de mi infancia me vuelve una y otra vez con insistencia.

No tenía menos de 4 o cincos años cuando vivía en el Barrio Palihue en Bahía Blanca, de tipo residencial. Muchos árboles, una buena cantidad de baldíos e, insisto, muchos árboles. Esta característica nos permitía a la pandilla de la cuadra a tener casas en los árboles – llegamos a tener una de dos pisos con ascensor de polea - , improvisar fuertes y hasta tener algunas con trincheras.

La pasábamos, la verdad, más que bien.  Podíamos andar en la calle. Nos conocíamos todos y se sabía que, luego de la merienda pos jardín de infantes con los capítulos de He-man como exclusivos protagonistas, la cita era el afuera para seguir construyendo nuestros refugios sin problemas.

Pero, y siempre está ese pero, había una amenaza en nuestro reino.  Alguien cuya mera presencia significaba que se acababa todo y que había que regresar a nuestras casas si lo llegábamos a ver.  Ese “pero” no era nada más ni nada menos que el tradicional hombre de la bolsa, esa figura folklorica con la que los padres amenazaban a sus hijos si éstos se estaban portando, digamos, mal. Pero nuestro hombre de la bolsa era raro, distinto. No nos amenazaban con él si nos portábamos mal. Nos advertían mis viejos y todos los vecinos que, si lo llegábamos a ver, nos escondiéramos en nuestras casas. Y eso ocurría con una cierta frecuencia cada semana durante un tiempo, a decir verdad.