Y no sabes como se te extraña, Robin. Todavía recuerdo las veces que te enojabas y te hacías el ofendido. O cuando le ladrabas a Agustín y después me mirabas y te sonreías. Aquel verano que armamos la pelopincho y por las noches se escuchaba el ruido de tu chapoteo junto al Nano, a quien entrenaste para abrir las puertas y cavar pozos bajo el pasillo del patio. Me hiciste llorar cuando te sacaron el tumor del dedo y te me acercaste rengueando a tu regreso moviendome la cola. Me hacías compañía cuando ensayaba mis lecciones y me pedías mimos cuando me veías triste. No te voy a olvidar, boludo, por todas estas cosas. Gracias por esos 17 años.
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