El título lo dice todo. Voy a ir subiendo, poco a poco, aquellas notas que me dieron placer cuando las escribía en La Mañana. Tal vez no les ocurra cuando las lean pero, para mí tienen ese gustito particular que cada tanto visita a los periodistas de oficio.
La entrevista es a Carlos Frattini, un hombre de vida dura que supo recuperarse. En la actualidad, es la figura central de un documental pronto a estrenarse dentro de todos los proyectos de la cooperativa La Coosa. Su biografía está disponible en esta organización y puede adquirirse a sólo 40 pesos.
“Te ponías nervioso porque te estabas jugando la libertad por sobre todas las cosas”
Los 23 años que pasó en total tras las rejas por robar le sirvieron a Carlos Frattini para dar un giro en su vida y contar su historia en un libro.
Por Pablo J. Frizan
Neuquén > Carlos Frattini abre la puerta de su casa con la misma tranquilidad con la que tantas veces abrió otras para entrar al mundo de lo ajeno. La misma con la que también las cerraron a sus espaldas cada vez que entraba a su celda.Con la mirada cansada, propia de aquellos hombres curtidos por un pasado duro, sabe que su historia le puede servir a muchos.Atrás quedaron las épocas de “escruchante”, ese viejo oficio, enfermizo y adictivo según él, que le permitía darse los gustos y vivir de forma holgada al violar las cerraduras.Marcado por una infancia dura gracias a un padre borracho que lo había dejado a una familia el mismo día de su nacimiento y de la muerte de su madre y que luego lo secuestrara, Frattini vio en el delito una forma de vida donde podía subsistir. Tal como hizo hasta mediados de los 70, cuando todo lo que tenía se le escapó de las manos.Dibujante nato y escritor por vocación, reflejó su historia en un libro best seller y eventual disparador de un documental sobre su vida actualmente en producción.Atrás quedaron esos años en los que no veía otra posibilidad cuando un indulto del presidente Raúl Alfonsín le dio la libertad en plena democracia. Más lejanos aún los tiempos en los que, una vez afuera, le costó encontrar el rumbo, ya sin su familia pero con el ferviente deseo de cambiar luego de pasar en total más de dos décadas tras las rejas. Pero, los prejuicios todavía están presentes. Y eso le duele.
Los 23 años que pasó en total tras las rejas por robar le sirvieron a Carlos Frattini para dar un giro en su vida y contar su historia en un libro.
Por Pablo J. Frizan
Neuquén > Carlos Frattini abre la puerta de su casa con la misma tranquilidad con la que tantas veces abrió otras para entrar al mundo de lo ajeno. La misma con la que también las cerraron a sus espaldas cada vez que entraba a su celda.Con la mirada cansada, propia de aquellos hombres curtidos por un pasado duro, sabe que su historia le puede servir a muchos.Atrás quedaron las épocas de “escruchante”, ese viejo oficio, enfermizo y adictivo según él, que le permitía darse los gustos y vivir de forma holgada al violar las cerraduras.Marcado por una infancia dura gracias a un padre borracho que lo había dejado a una familia el mismo día de su nacimiento y de la muerte de su madre y que luego lo secuestrara, Frattini vio en el delito una forma de vida donde podía subsistir. Tal como hizo hasta mediados de los 70, cuando todo lo que tenía se le escapó de las manos.Dibujante nato y escritor por vocación, reflejó su historia en un libro best seller y eventual disparador de un documental sobre su vida actualmente en producción.Atrás quedaron esos años en los que no veía otra posibilidad cuando un indulto del presidente Raúl Alfonsín le dio la libertad en plena democracia. Más lejanos aún los tiempos en los que, una vez afuera, le costó encontrar el rumbo, ya sin su familia pero con el ferviente deseo de cambiar luego de pasar en total más de dos décadas tras las rejas. Pero, los prejuicios todavía están presentes. Y eso le duele.
¿Cómo es el perdón de la sociedad y el propio perdón interno de la persona que acaba de cumplir su condena?
Perdón de la sociedad, no tiene. Lo podés ver en los diarios y en la televisión. No hay perdón. Ha cambiado mucho la manera de actuar de la delincuencia. Y en algunos casos se justifica que vayan presos por las locuras que hacen. Hoy te matan por robar un peso, una bicicleta, una zapatilla o una campera. Es un desastre. Es otro tipo de delincuencia, hay otros códigos. Antes, no se mataba por matar ni se pegaba por pegar. Yo conocí gente de la pesada que lo único que hacía era mostrar el arma en la cintura y nada más. A lo sumo, muy de vez en cuando se tiroteaban con la Policía como para poder irse, sino caían presos. Pero no se mataban como ahora.Nosotros antes teníamos un código que, por ejemplo, cuando caía un chico jovencito; como los de ahora de 19 y 20 años que violan, matan, se enfalopan y hacen desastres; decían que, por culpa de ese pibe, toda la sociedad involucraba a todos. Y hay ladrones y ladrones. En el caso mío y el de los muchachos que andaban como yo, no llevábamos armas. Cuando entrábamos a un lugar, entrábamos cuando no había nadie. Sino, no hacíamos nada. Si hay algo que los jueces en mis causas justificaron fue el no peligro personal para la víctima. Y esto fue lo que me salvo a mí de muchísimos años de condena.
Hay una historia de su época en la cárcel de Devoto que le dio el sobrenombre de “Pistolas” que cuenta que, cuando le preguntaron por qué no llevaba armas usted dijo: “Con una pistola cualquiera puede robar”…
Yo tenía amigos de los pesados en la cárcel. Siempre nos juntábamos en el recreo con Villarino, los hermanos Prieto y los Alonso, piernas bravísimas que andaban con caños asaltando camiones, bancos, lo que sea.A veces nos cargábamos. Yo les decía: “Ustedes no roba. Ustedes entran y dicen ‘dame la plata’. Eso no es robar. Eso es pedir y usar la fuerza”. Y siempre me corrían por el patio. Todas estas cosas las decíamos en broma pero a veces les caían mal. Por suerte, yo siempre fui un tipo respetado adentro. Ese era otro de los códigos que habían y que hoy no creo que existan. La persona que realmente en la calle andaba haciendo lo que estaba haciendo tenía un tremendo valor como hombre si cuando caía preso, no delataba a nadie, o se la comía solo. Eso era de un valor tremendo para dentro y un respeto que tuve siempre.
Cuando “trabajaba”, ¿qué imágenes pasaban por su cabeza? ¿Qué sentía?
Es jodido explicarlo. Cuando la llave giraba era una sensación de tremenda alegría, de triunfo. Pero tenía otra sensación de la que yo me di cuenta más tarde. Aunque yo no lo aparentaba, me ponía nervioso. Cuando entraba en el edificio, tenía siempre que ir a orinar. O sea, algo del sistema nervioso andaba en el cuerpo. Inconscientemente, uno estaba nervioso. Y era obvio. Inevitablemente, te ponías nervioso porque te estabas jugando la libertad por sobre todas las cosas. Y eso que yo salía todos los días a trabajar, a pesar de que tenía mucha plata en el bolsillo.
¿Alguna vez pensó dejar la actividad?
No es que se me haya ocurrido dejarlo, sino que tuve un montón de posibilidades de hacerlo. Pero, hay un problema y es el de la sociedad. Yo cuando salí en el año 1976, me contactó el maestro Raúl Soldi por un dibujo que hice de Borges, en una exposición que hicimos en la capilla de Devoto. Eran tan buenos los trabajos que nos hizo exponer treinta días en el Teatro San Martín. Pero los tuvimos que sacar porque los demás expositores se quejaban que era poca la gente que iba a ver lo suyo. Es decir, tuvimos que levantar porque “se acaparaba toda la atención”. Al poco tiempo, yo lo voy a ver a Soldi y le agradezco todo lo que hacía pero le dije que necesitaba un trabajo. Él me contesta que yo era un artista. Y terminamos haciendo otra exposición. Fueron muchos artistas y estaba Andrea del Boca a la que, con sus diez años, le hice un retrato. En esa época conocí la hipocresía de muchos. A varios yo les había hecho dibujos y me costó que me pagaran por ellos, tal como fue el caso de Ariel Ramírez, el de Misa Criolla que fui a ver seis veces para cobrarle, y Mirtha Legrand, por decir algunos nombres. Y así fue como de a poquito se me fueron cerrando las puertas, me iba quedando sin laburo -por suerte mi señora trabajaba pero no alcanzaba para vivir- y me junté con un par de amigos más y salí a hacer lo mío.Y esa vez, el 5 de enero de 1978 volví a caer preso y perdí todo lo que tenía. Cuando me dio la oportunidad Soldi, mi señora me había dicho: “Mira, Carlitos. Yo te banco todo pero esta es la última”. Realmente me había bancado todo. Hay que querer mucho a una persona para hacerlo.Pero, en diciembre de 1980, faltando cinco minutos para que terminara el horario de visitas, ella vino con mis hijos, Clara y Hernancito de un año y medio, y me dijo: “Despedite”. Después de eso, no los vi más. A mi hija, sí. A mi señora y a mi hijo, no. Igual, no les puedo reprochar nada. En lo absoluto. Y menos aún, ahora que estoy curado.
Robar, entonces, es una enfermedad…
Para mí sí porque me ocurrió. Yo tenía un Falcon. Salíamos a trabajar todos los días de semana, a partir de las 9 que era la hora en la que los porteros cerraban las puertas de los edificios. La ventaja que teníamos era que estaba oscuro y cuando entraba alguien prendían la luz del pasillo. Me acuerdo bien de un domingo hermoso. Mi señora me pregunta porque no íbamos a Palermo a tomar unos mates y comer unos sándwiches. Me acuerdo que estábamos en camino y veo un edificio de departamentos bien cerrado. Así que paro el auto y me bajo. “Tengo un tipo ahí enfrente que me debe plata. Voy a ver si lo encuentro. En dos minutos vuelvo”. Voy al edifico, lo abro. Subo al cuarto piso, regresó al auto y seguimos el camino. Esa noche cuando me acosté, me puse a pensar. “Mi Dios. ¿Qué hice?”. Necesitaba entrar a un edificio. Una cosa de locos. Me puse mal. Por eso, lo tomé como una enfermedad. Era un vicio.
¿Cuándo surgió la necesidad de plasmar su historia en un libro?
Los directores me pedían que les hiciera dibujos de sus hijas. Entonces, yo ahí aprovechaba y pedía algunas cosas como cambiarme de pabellón, entre otras cosas. Siempre traté de pasarla lo mejor posible. También, me comí un par de calabozos, patadas y trompadas.Un día me dije «voy a empezar a escribir lo mío». En Devoto, se me hacía difícil porque no se podía escribir un tema policial y menos mencionándolos a ellos. Cada vez que había una requisa tenía que esconderlas. Nunca me las encontraron. Acá, en la Unidad 9, nunca tuve problemas. Dibujaba y escribía tranquilo. Y cuando lo hacía y lo hago, tanto acá en casa como afuera, me siento en otro lado.El borrador lo hice cuatro veces. Lo acomodaba y le agregaba cosas. Se lo entrego al periodista Jorge Fernández Díaz, cuando me lo pidió para una nota en el diario “La Mañana”. Lo leyó y luego me llamó. “Esto es una barbaridad”, me comentó. Y así fue como se fue escribiendo, con la ayuda de otro periodista del diario La Razón.Yo siempre digo que si los jueces saben cuántas horas les robé, les debo un par de años largos porque mientras dibujaba o escribía estaba en libertad. No estaba preso.
¿Cómo fue la primera vez que dio una charla en una cárcel?
Fui confiado y lo sigo haciendo. Cuando nos sentamos por primera vez en la Unidad 11 con los muchachos, lo primero que les aclaré fue que no iba a darles ningún consejo. Simplemente les iba a contar algo de mi vida para que ellos saquen sus propias conclusiones.Los chicos estaban tomando mate y me prestaron mucha atención. En la 12, había un grupo que estaba alejado de nosotros, sin prestarnos atención. “¿No te arrimás, negro? No, estoy tomando mate. Mira que yo soy de la parte de ustedes”. Se río pero no se acercó. Son anécdotas que ocurren con tipos con berretines, que yo también los tuve.En el Patronato de los liberados, cuando leo las cosas que les dicen los presos a los celadores, me sorprenden. Siempre le digo al que trabaja conmigo que “si estos turros le dicen lo mismo a uno de Devoto, es la última vez que lo dicen”. Son berretines de hacerse ver con la Policía, de la guapeza de uno. Pero hay que ver si se la bancan cuando los golpean y tienen todos los huesos rotos. De todas formas, siempre les cuento que podés tener todo cuando robas. Podés tener una casa, un auto importante, una familia. Pero al final lo perdés todo. No te queda nada.
¿Qué diferencias nota entre el sistema judicial que lo condenó con el actual?
Ha cambiado mucho a favor de la gente que cae presa. Cuando yo caí, me mandaban en bolas acostado en la cama y meta máquina nomás. Si no les convencía lo que decía me pasaban a otra seccional. Y así, diez, veinte días. Lo mismo al juez, que decía: “Vayan a darle un toquecito más”. Así de textual.Ahora, yo lo veo por televisión, caigan por violar o por matar, y al otro día están en el juzgado. Se comerán un par de días incomunicados y algún par de patadas. Ha cambiado el sistema para bien en este sentido. Uno lo cuenta ahora y se le vienen las imágenes de esos momentos. Boca arriba, con una almohada tapándote la cara y alguien diciéndote: “Si querés hablar, mové las manos”. Te quemaban vivo. Y a veces te metían una toalla mojada con agua caliente y te arrancaban la carne.Eso sí. Ahora en los motines, los ataques que te muestran por televisión como pasó en Sierra Chica, le ocurren a los violadores, a los que mandaron en cana a alguien, a los que se acostaban afuera con las señoras de los que estaban adentro. Salta la bronca. En esos motines, no se salva nadie si hizo algo malo y estaba adentro. Por eso, digo que hay que saber convivir.
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